Los más de 1.500 almendros de la Quinta de los Molinos estallan en flor cada año, entre febrero y marzo, llenando el jardín de un olor inconfundible y proporcionando uno de los espectáculos visuales más bellos que se pueden disfrutar en Madrid. Un paseo ideal para quienes queréis disfrutar de este fantástico espectáculo que nos regala cada año la naturaleza. Un pequeño Valle del Jerte en Madrid.
El jardín Quinta de los Molinos debe su nombre precisamente a eso, a dos molinos traídos de Estados Unidos en 1920, para extraer agua de regadío. Está en plena calle Alcalá El conde Torre Arias fue su primer propietario. Después, hacia 1920 pasó a manos del arquitecto alicantino César Cort Botí, que era profesor de Urbanismo en la Escuela de Arquitectura.
Según los relatos oficiales, el núcleo originario de la finca —más de 20 hectáreas—, fue el entorno del Palacete y la zona situada al norte del llamado Camino de Trancos. El resto, es el resultado de varias adquisiciones que hizo César Cort hasta los años 60 del siglo pasado. Jardines y plantaciones de plantas frondosas se crearon con generosidad y suponen un paseo más que agradable en esta fecha del año.
En los alrededores de la Casa del Reloj se distribuyeron parcelas escalonadas de huertas o de producción de flores, ornamentos, fuentes, pequeños lagos, muretes y escaleras que separan las distintas zonas de todo el complejo.
Cuando Cort Botí falleció, en 1978, sus herederos acordaron con el Ayuntamiento que la zona pasase a ser de uso público, siendo así desde 1982.
Está situado al noreste de la capital, en el distrito de San Blas. Cerrado en la totalidad de su perímetro con cinco puertas de acceso, la principal está en la calle Alcalá, 541. Para llegar en transporte público tenéis en la puerta la estación de metro Suances (línea 5), y cerca están las paradas de autobús de las líneas 77, 104 y 105.
Está abierto todo el año de 6:30 a 22:00.
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La Quinta tiene numerosas fuentes, albercas y estanques, dos grutas y dos molinos dotados de aeromotores para facilitar la red de riego, una pista de tenis que semeja un anfiteatro romano, y unas impresionantes mimosas también cargadas de flores en esas fechas.
Otro de los motivos para no perderse esta explosión de colores y aromas es el disfrute de sus pinos carrasco, olivos, eucaliptos, cedros; sus rosas, lirios, lilos y artemisas. Verdes, amarillos, violetas, azules y rojos «capitaneados» por ese blanco y rosa de los almendros. Todo un placer para los cinco sentidos.